Las vacunas también pueden ayudar a tratar el cáncer. Las que previenen el cáncer de cérvix o el hepatocarcinoma están comercializadas desde hace años. Otras, destinadas a reforzar la acción del sistema inmune frente a distintos tumores, están en vías de investigación.
“Sería estupendo protegerse contra el cáncer igual que uno se vacuna frente a la gripe o la varicela”... No funcionan exactamente igual, pero las vacunas para el cáncer ya existen -unas comercializadas y otras, en investigación- porque desde hace mucho tiempo se sabe que el sistema inmunitario es la primera línea de defensa del cuerpo frente a esta enfermedad (en realidad, conjunto de patologías). “Un tumor tiene que valerse del sistema inmune para desarrollarse”, confirma Tomás Pascual, director científico del Grupo Cooperativo de Investigación en Cáncer de Mama Solti. En efecto, las defensas naturales frenan la mayoría de las alteraciones de las células sanas que pueden acabar desencadenando un cáncer. El organismo está constantemente corrigiendo errores genéticos y el sistema inmune está preparado para reconocer y destruir las células que pueden llegar a malignizarse. Sin embargo, cuando esos procesos de control inmunitario fallan, las células tumorales, que cuentan con “múltiples vías de escape”, dan lugar a un cáncer.
¿Qué es la lactosa?
La lactosa es el principal azúcar presente en la leche y en los derivados lácteos. Se trata de un disacarido, lo que quiere decir que está formado por dos azúcares simples: la glucosa y la galactosa. “En el intestino existe una enzima, llamada lactasa, que se encarga de digerir la lactosa y desdoblarla en estos dos azúcares. De esa forma se absorben en la pared intestinal”, explica Sierra.
Las personas intolerantes a la lactosa fabrican o muy poca cantidad de esta enzima -lactasa- o ninguna-. El hecho de no poder desdoblar estos dos azúcares hace que la lactasa no se absorba y se produzca en el colon una fermentación de ese azúcar. Todo eso genera los síntomas típicos de la intolerancia a la lactosa:
Gases.
Distensión abdominal (hinchazón).
Diarrea.
Dolor abdominal.
Ocasionalmente vómitos.
En los mamíferos esta síntesis de la lactasa tiende a desaparecer. Sin embargo, en los humanos que continúan tomando leche tras la lactancia materna esa síntesis es dependiente al consumo mantenido de lactosa.
¿Qué pasa si dejo de tomar lactosa?
Es cierto que las personas somos los únicos mamíferos que continuamos tomando leche tras el destete. Pero eso no lo convierte en contraproducente. De hecho, según explican Sierra y Garriga, el hecho de que personas sanas sin ningún síntoma de intolerancia a la lactosa decidan dejar de tomar lactosa como parte de una alimentación equilibrada conlleva que el intestino deje de producir lactasa. ¿Eso qué significa? Básicamente que si dejamos de tomar lactosa durante un periodo de tiempo prolongado, deja de producirse la síntesis de la lactosa y los alimentos que antes nos sentaban bien pueden comenzar a darnos problemas.
“La enzima funciona con retroalimentación positiva, es decir, que cuanta más lactosa tomas más lactasa se genera. Si haces que disminuya esta función durante un tiempo prolongado al reintroducir la lactosa se pueden originar problemas digestivos”, dice Garriga..
Así pues, la consecuencia de decidir abandonar la lactosa produce que una persona con tolerancia a la lactosa “se vuelva intolerante. En niños es frecuente que se trate de una intolerancia transitoria; desde el momento en que se vuelve a introducir la lactosa, el intestino vuelve a sintetizar la enzima y en un tiempo variable vuelven a ser tolerantes”, añade Sierra.
Dejar la lactosa no ayuda a adelgazar
Muchas personas deciden eliminar la lactosa bien porque consideran que esto les ayudará a tener una mejor salud intestinal o con el objetivo de perder peso. Nada más lejos de la realidad. Las leches sin lactosa que se consumen cuando hay una intolerancia, o con la idea errónea de que su composición baja en azúcares ayudará a adelgazar añaden de forma artificial la enzima intestinal -la lactasa-.
De esta forma, esas leches ya incorporan la lactosa desdoblada en lactosa y glucosa para que el intestino de las personas intolerantes puedan absorberla directamente. “El sabor dulzón propio de las leches sin lactosa se debe a que incorporan glucosa. El mito de que la leche sin lactosa tiene menos azúcar y por eso voy a adelgazar no se sostiene porque azúcares tiene”, asevera Sierra.
La lactosa y el calcio en los huesos
Además, la lactosa tiene un papel muy importante en la absorción de calcio a nivel intestinal y tampoco podemos olvidar que el calcio de la leche es el que mejor se absorbe. Por tanto, el hecho de eliminar la leche de la dieta hace que la ausencia de lactosa reduzca la absorción de calcio intestinal y que éste se fije menos en los huesos, algo muy importante en todas las personas y aún más en el caso de los niños, ya que puede afectar al crecimiento.
“Hay alimentos vegetales que pueden contener calcio, pero la biodisponibilidad es mucho menor; la biodisponibilidad del calcio de origen animal es mucho más efectiva. Si no tienes intolerancia a la lactosa no hace falta quitar la leche de la dieta”, explica Garriga.
Dintel de tolerancia a la lactosa
Otro tema al hablar de la lactosa es el dintel de tolerancia. Unas personas pueden ingerir más cantidad de leche sin que les siente mal y otraLas enfermedades infecciosas -y, en menor medida, las alergias- son el ámbito más habitual de aplicación de las vacunas, pero no el único. A diferencia de las que se emplean frente a virus y bacterias, que son preventivas, algunas vacunas contra el cáncer son fundamentalmente terapéuticas; es decir, se emplean para tratar los tumores una vez que han aparecido y, de hecho, la mayoría de las estrategias en investigación se dirigen a cánceres avanzados y metastásicos.
Vacunas frente a cánceres causados por virus
Hay un tipo de vacunas frente al cáncer que sí son netamente preventivas porque están destinadas a evitar infecciones por virus que son factores de riesgo para el desarrollo de tumores. “El típico ejemplo es la vacuna frente al virus del papiloma humano (VPH)”, indica Pascual. Algunos pacientes infectados por este virus pueden acabar padeciendo cáncer de cérvix, de cabeza y cuello o anal. “Vacunar contra el VPH antes de entrar en contacto con este virus disminuye la incidencia de estos tipos de cáncer”, asegura el oncólogo.
De forma similar, la generalización de la vacuna frente al virus de la hepatitis B (VHB) ha conseguido que se reduzcan los casos de cáncer de hígado (hepatocarcinoma). “Estas vacunas están comercializadas y se administran a la población”, subraya Pascual. En cambio, otras estrategias de inmunización frente al cáncer están todavía en desarrollo.
Vacunas para reforzar el sistema inmune frente al cáncer
Investigación de vacunas para el cáncer
Un tipo de vacuna anti cáncer que se encuentra en investigación consiste en seleccionar una proteína de un tumor concreto y conseguir que el sistema inmune del paciente la reconozca para que, de este modo, dirija un ataque contra esas células malignas.
Un exponente de esta técnica son las denominadas vacunas autólogas, que se llaman así porque se elaboran a partir del tumor de cada paciente. En primer lugar, se hace una biopsia del tumor para estudiarlo en profundidad. A continuación, se selecciona una proteína que se considere adecuada y “en muchos casos se modifica un poco para que se vuelva más inmunogénica (capaz de producir una respuesta inmune específica)”, expone Pascual. Por último, se vuelve a administrar esa proteína al paciente para que su sistema inmune la reconozca y ataque el tumor. “De momento, este tipo de vacunas no han tenido éxitos muy remarcables”, se lamenta el oncólogo.
Otro método que se está investigando consiste en desarrollar vacunas basadas en proteínas específicas de ciertos tipos de tumores. Por ejemplo, HER2, que es una proteína que expresan en grandes cantidades (sobreexpresan) algunos cánceres de mama. Varios grupos científicos están intentando desarrollar vacunas a partir de HER2 (o parte de ella), modificándola en el laboratorio para hacerla más inmunogénica e inyectándosela a las pacientes para que su sistema inmune haga lo que debió hacer en un primer momento: reconocerla como como extraña y atacar al tumor que la porta. “En este caso no se hace una biopsia al paciente y se busca una proteína específica, sino que se trata de desarrollar vacunas a partir de alteraciones moleculares comunes a ciertos tipos de tumores”, aclara el representante del Grupo Solti.
Finalmente, hay un tipo de vacunas denominadas de células dendríticas que, según explica Pascual, se encuentran en una fase de desarrollo más avanzado y, en algún caso, incluso se ha conseguido su comercialización. Este tipo celular pertenece a la familia de las células presentadoras de antígenos porque su misión es coger las proteínas del medio, fagocitarlas, procesarlas y presentarlas a las células del sistema inmune conocidas como linfocitos T CD4, que son fundamentales para matar a las células cancerosas.
En este caso, el procedimiento se basa en “hacer una biopsia del tumor, seleccionar las células dendríticas que están en contacto con él, modificarlas y, finalmente, volver a infundirlas al paciente”. De esta manera, nuevamente, se pretende que estas células recuperen su función y la maquinaria inmune vuelva a funcionar frente al tumor. En Estados Unidos se ha aprobado una vacuna de células dendríticas frente al cáncer de próstata metastásico hormono resistente denominada Sipuleucel-T (Provenge).
El futuro: una combinación de diferentes inmunoterapias
Cuando se habla en términos generales, muchas veces se engloban como vacunas para el cáncer todas aquellas estrategias basadas en potenciar la acción del sistema inmunitario frente a los tumores malignos. En los últimos años ha habido una explosión de este tipo de terapias, que se han mostrado eficaces para tumores muy diversos: melanoma, riñón, vejiga, pulmón… Estas nuevas terapias tienen dos vías fundamentales de actuación: estimular al sistema inmune para que ataque al tumor, o bien desenmascarar al tumor para que el sistema inmune sea capaz de verlo y, de este modo, combatirlo. Esta segunda estrategia elimina los frenos que impiden que el sistema inmune ejecute su cometido.
Pascual considera que una buena apuesta de futuro para mejorar los tratamientos oncológicos puede ser “combinar las vacunas con otros tipos de inmunoterapia”.
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